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EVITA: MITO, POLITICA Y LEGADO EN LA IDENTIDAD ARGENTINA

**Eva Perón: El Legado Entrelazado de Mito, Política y Permanencia en la Identidad Argentina**

La figura de Eva Duarte de Perón, conocida universalmente como Evita, continúa siendo un epicentro de análisis y debate en Argentina y más allá de sus fronteras, décadas después de su prematuro deceso. Lejos de desvanecerse en los anales históricos, su presencia se reconfigura constantemente, evidenciando una trascendencia que va más allá de la mera biografía para instalarse en el tejido mismo de la identidad política y social de la nación. No es simplemente una líder del pasado, sino un arquetipo que interpela presente y futuro, un fenómeno que entrelaza carisma popular, ambición política y una profunda, aunque controvertida, conexión con las masas.

Desde sus humildes orígenes hasta convertirse en la Primera Dama y una de las mujeres más influyentes del siglo veinte, el ascenso de Evita estuvo marcado por una astuta comprensión de la psique popular y una incansable dedicación a la causa de los «descamisados». Su Fundación Eva Perón, más que una mera institución de beneficencia, se erigió como un formidable instrumento de asistencia social que proveyó vivienda, salud y educación a los sectores más desfavorecidos, construyendo una lealtad inquebrantable entre el pueblo y el peronismo. Este aparato estatal paralelo, alimentado por donaciones y un considerable presupuesto, no solo mitigó carencias, sino que también cimentó su imagen de santa laica y protectora de los humildes.

Sin embargo, la proyección de Evita no se limitó a la asistencia social. Su papel fue decisivo en la consecución del sufragio femenino en 1947, una gesta que la posiciona como una pionera en la promoción de los derechos políticos de la mujer en América Latina. A través del Partido Peronista Femenino, movilizó a millones de mujeres, transformándolas en una fuerza electoral y política sin precedentes. Su gira diplomática por Europa, conocida como la Gira del Arco Iris, si bien no exenta de escollos, la proyectó en el escenario internacional como una figura de relevancia, desafiando los cánones tradicionales de la diplomacia.

La polarización que Evita generó en vida persistió y se acentuó tras su muerte. Adorada por una vasta mayoría que la veía como la encarnación de la justicia social, fue denostada por una élite que percibía en su ascenso y en su retórica confrontacional una amenaza al orden establecido. Las acusaciones de autoritarismo, el culto a la personalidad y la instrumentalización política de la caridad son elementos recurrentes en la crítica hacia su gestión. No obstante, es innegable que Evita canalizó demandas largamente postergadas, otorgando voz y visibilidad a aquellos tradicionalmente excluidos del poder.

Su temprana desaparición en 1952, a la edad de treinta y tres años, lejos de apaciguar el fervor, lo magnificó. La procesión de su funeral y el controvertido proceso de embalsamamiento de su cuerpo, que la transformó en una reliquia política, hablan de una figura que trascendió la vida para ingresar al reino de la leyenda. La peregrinación póstuma de su cuerpo, su ocultamiento tras el derrocamiento de Perón y su eventual retorno, son capítulos que subrayan cómo su figura se convirtió en un símbolo de resistencia, de la fe peronista y de la lucha política en Argentina.

En definitiva, Evita no es un monolito histórico, sino un crisol donde se funden las esperanzas de los desposeídos, la audacia de la política y la capacidad de construir un imaginario colectivo poderoso. Más allá de la hagiografía o la demonización, su legado invita a una reflexión profunda sobre la naturaleza del liderazgo populista, la justicia social y el empoderamiento femenino. Evita sigue siendo un espejo donde Argentina se mira a sí misma, un recordatorio inextinguible de las pasiones y contradicciones que han forjado y continúan configurando su devenir histórico.

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